Equipo: Carlos Bermúdez, Diana Hernando, Juan Pardellas.

Cimavilla, ese barrio de callejuelas y cuestas laberínticas, lleno de lugares para el refugio. Ese centro gijonés que sobrevive al olvido del diseño urbano, y se salva a sí mismo: el potencial de sus casas de colores disimula la dureza de sus calles y la sensación de gris.
En Cimavilla es difícil separar la calle de la plaza; en cada encuentro, en cada cruce, hay un rincón lleno de oportunidades. Sus calles no son grandes en dimensiones pero la altura baja de los edificios y el trazado irregular les dotan de un especial atractivo para ser algo más que sitios de tránsito.
Porque por Cimavilla, salvando las zonas con más reclamo hostelero, la gente solo pasa, rápido, va de un punto a otro, en línea recta, sin pararse, sin quedarse.
Pero Cimavilla desde su cerro quiere ser más, quiere presentarse ante sus Playus y el resto de Gijoneses, como una oferta real para el disfrute del día a día, no solo de la noche.
En la cima en la que un día nacieron flores emergen ahora epicentros de vida, que organizan los espacios, sus recorridos, sus escalas. Estos epicentros se materializan en parterres verdes, árboles, rincones para sentarse, descansar, charlar con el vecino, lugares de juego que se llenan de niños, dando alegría, sonido de risas.
Y los epicentros se dispersan en líneas de vida, que materializan el sentimiento de unidad que caracteriza el barrio, lo recorren, se encuentran. La línea verde recorre el pavimento, rompiendo la visual recta de las calles, y atrayendo y conduciendo al ciudadano.